lunes, 18 de mayo de 2009

El extranjero

¿Quién quiso que fuéramos hermanos? Aquel que vio que no nos comportábamos como tal. El mundo entero se queja de que el mundo esta mal. Si esto es verdad y la situación de caos, guerra, hambre y miseria no beneficia a nadie va a resultar que somos más estúpidos todavía de lo que ya sospechábamos. Sin embargo, las personas de manera individual, uno a uno, no somos así. Existe algo en las relaciones personales que falta en las relaciones colectivas, como grupo, y este vacío se hace más grande conforme crece el grupo que intenta convivir.
En las relaciones personales existe algo que se define como desinterés y que tiene el nombre de amor. Cuanto más cerca nos sentimos de una persona más entra en juego el desinterés. Se distorsionan las fronteras entre los sujetos y no se exige tan fervientemente salir ganando objetivamente con la relación. Porque en el fondo su bien es mi bien, no estoy diciendo que su bien traerá mi bien sino que los dos bienes se confunden en uno solo.
Ese amor se va apagando conforme el grupo se va haciendo más grande y el otro es cada vez más extraño para nosotros, más sospechoso. Exigimos entonces que se nos retribuya. A esa escala el hombre sí que es un lobo para el hombre. A esa escala no nos vemos como amigos ni como hermanos, no nos sentimos como familia, ahí esta el error.

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